3 de febrero de 1947. Canadá ha recibido en los últimos días la visita de una ola de frío excepcional. La borrasca se aleja dejando su repertorio de nevadas y ventiscas. Con posterioridad un anticiclón potente se instala sobre el norte del país provocando la acumulación de aire extremadamente frío en las zonas más bajas.
En el aeropuerto de Snag, pequeña población cercana a Alaska, trabajan 16 personas: cuatro meteorólogos, operadores de radio y personal de mantenimiento. A las siete de la mañana, Toole uno de los meteorólogos sale de la caseta e instantáneamente comprueba que algo extraño está sucediendo: oye perros ladrando a más de 5 kilómetros de distancia, su aliento se congela al instante cayendo solidificado al suelo provocando un tintineo y en pocos segundos sus carrillos le empiezan a doler y los ojos le lloran. Abre la puerta del abrigo termométrico y el termómetro no marca nada, o mejor dicho, el alcohol está acumulado en el bulbo y fijándose con mucha atención, comprueba al fin que la temperatura es de 62,2º bajo cero. Ha de repetir la operación para creérselo. Acaban de registrar el récord de frío del continente americano. Rápidamente entra en la caseta ya que un par de minutos más en el exterior y podría sufrir congelaciones en la piel y en los pulmones. La noticia se extiende rápidamente y periodistas de Estados Unidos y Canadá se trasladan a Snag. De tanto abrir y cerrar la puerta del abrigo termométrico, los valores dejan de ser fiables y se prohíbe tocar la estación meteorológica a personas ajenas al aeropuerto. El anticiclón de 1037 milibares y el viento en calma han ayudado al registro de este récord de frío, aún no superado.